Desde los poemas satíricos de Juvenal, una cita acompaña al deportista, pero resulta aplicable a todos los seres humanos. “Mens sana in corpore sano” , es el lema que se le atribuye a ese poeta romano del Siglo II y que en esta época de aislamiento y cuarentena empieza a hacer ruido entre los futbolistas. Sus cuerpos están inactivos y sus mentes, jaqueadas. La pandemia los aturde como a cualquier hijo de vecino, es cierto, aunque está potenciada por un escenario cargado de sensaciones negativas producto de su tarea específica. Es el clásico síndrome de "burn out" o "cabeza quedada".
La sociedad tiene una mirada superficial de los jugadores: son millonarios que corren detrás de una pelota y viven en mansiones. Pero la porción que cumple con esas características en Argentina es minúscula, si se toman en cuenta los 4 mil contratos de todas las categorías del fútbol. Y así y todo, ¿qué pasa cuando se corre el velo y se profundiza? ¿Qué sucede en la cabeza de esos futbolistas en estos momentos de incertidumbre? ¿Cómo es posible evitar el síndrome que también afecta al físico? ¿Por qué algunos clubes decidieron licenciar a sus planteles en plena cuarentena? Clarín exploró la psiquis de los jugadores a través de la palabra de distintos especialistas.
Marcelo Roffé, que trabajó con José Pekerman en las selecciones de Argentina y Colombia y hoy se desempeña en el fútbol amateur de Lanús, describe los problemas que encontraron los jugadores en estos meses sin actividad normal. “Los obstáculos principales tuvieron que ver con la desmotivación sin fecha de competencia a la vista; la convivencia con la familia full time, algo que no es común porque uno siempre se va y hay más aire; la falta de preparación para leer o aprender un idioma, ya que de 700 jugadores de Primera División, ninguno tiene un título universitario y sólo un tercio terminó el secundario; el aburrimiento; la incertidumbre; y lo que más extrañan: compartir un vestuario y ver a los seres q,ueridos que tienen a la distancia”.
Autor del libro “¿Y después del retiro qué!”, uno de los pioneros de la psicología en el deporte en la Argentina analiza: “Entrenarse en un departamento es un mantenimiento, no un entrenamiento, y lo primero que se deteriora es la mente. La parte más importante del cuerpo es la cabeza. Y lo primero que hay que cuidar es lo emocional. El jugador está acostumbrado a vivir con la incertidumbre, pero pandemia mata incertidumbre de alto rendimiento. La incertidumbre del COVID-19 y no saber cuándo vamos a volver hasta que esté la vacuna es superior y macro a la incertidumbre propia del fútbol. Ahí tenés la ansiedad".

Roffe amplía esta reflexión: "Un jugador de fútbol, más allá de que no se puede generalizar, tiene un perfil de ansioso. Y eso en la cuarentena, si no estaba bien regulada su rutina del ciclo de vigilia y sueño, lo pudo llevar a dormir menos y comer más, a tenerle miedo al futuro, a enfermarse y a la frustración, irritabilidad, enojo, desequilibrio emocional, sensación de encierro, estrés, nostalgia y desesperanza”.
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