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      Menopausia precoz y ovodonación: la lucha de dos mujeres para ser madres

      En su libro "El deseo más grande del mundo" (Paidós), la periodista Luciana Mantero cuenta historias de mujeres que proyectan embarazos que no llegan o que se detienen, entre esperas dilatadas, tratamientos de fertilidad, desencuentros con sus parejas, intentos de adopción, remedios que parecen mágicos y las propias dudas sobre el deseo. Aquí, fragmentos de dos historias conmovedoras: una es su propia experiencia.

      Menopausia precoz y ovodonación: la lucha de dos mujeres para ser madresCLAIMA20151015_0160 Luciana Mantero
      Redacción Clarín

      En su libro "El deseo más grande del mundo" (Paidós), la periodista Luciana Mantero cuenta historias de mujeres que proyectan embarazos que no llegan o que se detienen, entre esperas dilatadas, tratamientos de fertilidad, desencuentros con sus parejas, intentos de adopción, remedios que parecen mágicos y las propias dudas sobre el deseo.

      Son vivencias puramente femeninas, íntimas, sensaciones y sentimientos que aparecen cuando estamos vulnerables, cuando exponemos el cuerpo a la ciencia, cuando recurrimos a saberes ancestrales, cuando sentimos la soledad, mientras cumplimos con la agenda de las exigencias profesionales y de la vida moderna.

      Aquí, fragmentos de dos historias conmovedoras: una es la de ella en primera persona.


      Luciana, en primera persona

      Un día las cosas dejan de ser como eran y empezás a entender que todo será más difícil; que la familia ideal que tenías pensada para tu vida, puede no ser nunca. [...] ¿Qué nos pasa a las mujeres que estamos programadas para ser madres cuando nos encontramos con que no podemos, o no podemos volver a serlo? [...]

      ***

      Mis indicadores hormonales han sido una montaña rusa durante todo el año y ahora que con Marcos hemos decidido ir por nuestro segundo hijo, nada parece fluir como esperamos. Para empezar no fluye cada mes mi menstruación. Y sí fluyen unas ráfagas de calores incontrolables en cualquier momento y con cualquier temperatura que me desbordan, me hacen transpirar en frío y no me dejan pensar.

      El rito del pasaje del primero al segundo hijo ha sido, hasta ahora, como un paso natural, algo sin demasiada reflexión mediante. Por eso, aquel otoño de 2010 cuando [el médico] E. mira mis estudios, escucha mi cuento y suelta su diagnóstico me siento caer por un precipicio.

      Lo miro con bronca, indignada. Debe estar equivocado. Viene a darme así, sin aviso previo, semejante noticia. ¿Qué me está diciendo? [...]

      Es muy posible que mis óvulos no sirvan, me he quedado sin huevos y probablemente no pueda volver a fecundar nunca más. Los vidrios de mis lentes están completamente empañados. Soy una bola de mocos y dolor.

      ***

      Al poco tiempo me llega un mail del doctor E. Es un artículo de The New England Journal of Medicine sobre la insuficiencia ovárica primaria, también llamada menopausia precoz. Se trata de un síndrome cuyas causas en el 90% de los casos son un misterio. Allí dice que, luego del diagnóstico, entre 5 y 10% de esas mujeres ha podido ser madres con sus propios óvulos. Empiezo a entender que en medicina hay pocas certezas y muchas probabilidades. [...]

      Entonces con Marcos empezamos a recorrer especialistas y centros de fertilidad. Voy buscando una esperanza, una solución que me muestre que todo es reversible, que de alguna forma con mis propias células, un hijo saldrá de esto.

      El primer médico intenta encontrar alguna explicación a mi caso y se entrevera hablando del núcleo de las células. Veo en sus ojos el brillo del desconcierto. Me hace medir mi reserva ovárica a partir de una hormona llamada Anti Mulleriana. Resulta 0.12, lo que significa un pésimo pronóstico.

      Después de darme una pastilla para provocar y regular mis ciclos menstruales artificialmente me hace un estudio en la época de supuesta ovulación. Y todos entramos en una cauta euforia: hay folículos, hay esperanza. Es la segunda semana de mayo de 2010 y disparo mil mensajitos de texto de felicidad.

      Pero a los pocos días los folículos no se desarrollan y la frustración me abruma. Mis FSH y LH (dos hormonas que regulan el funcionamiento ovárico) siguen en niveles menopáusicos. Y es la primera vez que escucho hablar de ovodonación. Sale de la boca de este doctor de ojos transparentes y algo incómodos. Dejo pasar sus palabras como una brisa de fondo que rumorea más que advierte. Decido cambiar de médico y darme un tiempo. Mi hijo es chico y yo estoy empezando la treintena. No hay tanto apuro, pienso entonces.

      Pronto descubriré que una de las peores pesadillas de quien hace un tratamiento de fertilidad es el tiempo. Por un lado la advertencia de que las células empeoran con los años (dramáticamente después de los 35). Por otro, las eternas esperas a los médicos. Las anhelantes semanas entre ovulación y ovulación. La omnipresencia de la cuestión durante años, una dilación dolorosa.

      A veces son tiempos justificados. Otras un método casi sádico del sistema. [...]

      En estas situaciones también se nos cuela la culpa. Y el peso social que suele recaer sobre todo en la mujer. “Son unos tigres”, se le ha escapado a Marcos con orgullo al leer el resultado de un espermograma. Mi amiga Francisca cuenta que un ecografista bromeó frente ella en un guiño cómplice al marido: “Mirá que si viene fallada es motivo de devolución”.

      ***

      Unos meses después voy a otro instituto y consigo un turno con la eminencia en menopausia precoz. [...] Me habla de ovodonación pero igual me anima a pelearla.

      Incorporo los análisis a mi rutina. Inauguro una carpeta de estudios médicos que se irá engrosando hasta parecer un bibliorato.

      Poner el cuerpo no es inocuo. Otra vez las esperas, otra vez la pastillita para regular el ciclo, la histerosalpingografía –un estudio incómodo, algo doloroso e invasivo para evaluar las trompas de falopio-, otra vez las ecografías transvaginales en supuestos días de ovulación, otra vez los pinchazos y otra vez el mismo resultado: la nada misma.

      Me voy de vacaciones [...]. Me hago análisis de sangre de control y ¡sorpresa! mis niveles de LH y FSH muestran cierta mejora. Estoy atravesando una “luna de miel” y es el momento de aprovecharla.

      Llamo entusiasmada para pedir otro turno con la eminencia y me cuentan que ha muerto de un cáncer fulminante. [...]

      Vuelvo al primer centro de fertilidad. [...] Avanzo con una estimulación ovárica: me aplico inyecciones en la panza durante cinco días de una costosa hormona para producir más folículos. Es el primer paso común para los tratamientos de baja (inseminación) y de alta complejidad (fertilización in vitro e ICSI, inyección de un espermatozoide en el citoplasma de un óvulo). Me hacen el monitoreo ecográfico. Nada. [...]

      La “luna de miel” ha terminado.

      Paso varios días en la cama, llorando, intentando procesar el golpe en la mandíbula. [...]

      Cada panza inflada me retuerce las entrañas. Vivo los segundos embarazos de amigas con dolor y con culpa. [...] Añoro mi panza hecha un globo. Es cierto, hay otras cuestiones que se juegan en mis horas de terapia. Pero si una mujer atraviesa la menopausia a los 50 con una sensación de pérdida y cierta depresión, a los 33 es aún más difícil. “Es algo antinatural”, me han dicho. Para mí es un duelo. Estoy duelando los hijos genéticos que no tendré.

      ***

      Casi un año me toma procesar lo que me está pasando, llorar lo que no podrá ser.

      Voy aceptando y aprendiendo que no todo en la vida puede manejarse. Pero la mitad de mí busca algo más. ¿Un consuelo? ¿Una respuesta? ¿Una solución mágica? Un lugar donde sentirme mejor. Empiezo reflexología, reiki, voy a dos talleres de constelaciones familiares, visito el santuario de la Virgen del Cerro, en Salta. Mi incredulidad se va relajando frente a cosas que no comprendo, me aparto de mis antiguos marcos de referencia.

      A los dos meses decido dar vuelta la página, aceptar lo que me pasa y  empezar a explorar el camino hacia una ovodonación.

      ***

      ¿Qué le esperará a mi hijo si decido tenerlo a partir de un óvulo donado? ¿Cuánto influye lo ambiental, el embrión adentro de mi vientre, rodeado de mi sangre? ¿Cuánto se parecerá a mí?

      ¿Será tan torpe para las matemáticas como yo? ¿O tan bueno como la mujer que aportó el óvulo? ¿Sus ojos me mirarán extraños? ¿O se reconocerán en mí? [...]

      Después de tanta tristeza, gradualmente, empiezo a pensar que nada malo puede salir de este deseo tan fuerte de querer dar vida, de cuidar, de sostener, de amar. Ahora escucho cosas que antes no podía: que la construcción de la subjetividad se juega desde distintos lugares, que nacer siempre será agradecido, que la sociedad es cada vez más diversa; que ser padre es mucho más que la genética.

      ***

      Casi tres años después de mi primer diagnóstico empezamos con Marcos el camino hacia la ovodonación. Pido turno con otra especialista que trabaja por su cuenta. Cuando llego a la cita me cuenta que tiene hijos concebidos de esta forma. [...]

      Empiezo con los análisis de rutina hasta con felicidad. Pienso que será cuestión de meses para recibir la noticia. Ya me veo con otro hijo en mis brazos.

      Nos vamos de viaje y todo fluye de otra manera.

      Pero a la vuelta mi menstruación no llega y maldigo y me preguntó por qué, aún en esta instancia, las cosas siguen siendo difíciles.

      Llamo a la especialista, quien prácticamente me obliga a hacerme un test de embarazo. No le veo sentido. Ya soy experta en este tipo de análisis; en ellos y en sus frustraciones. Corto el teléfono y voy a desgano a la farmacia.

      Aquel 14 de febrero de 2013 me entero de que Joaquín está por llegar a mi vida.



      La historia de Mariela Teitel

      Habían pasado cinco años desde el casamiento. Fueron 60 meses, 1.825 días, 43.800 horas de una vida sin anclas, de viajar por el mundo con poco equipaje, de bailar hasta el amanecer.

      Mariela Teitel tenía 34 años. Su marido un par más e iba por su segundo matrimonio sin hijos.

      - Mirá que no me voy a meter en una relación a veinte años, porque yo sí quiero ser madre - le había advertido a poco de conocerse. Y él le había jurado que aquel era un deseo común.

      Ahora era tiempo de afincarse. De buscar un bebé.

      Consultó a su ginecóloga, se hizo todos los chequeos, empezó a controlar sus fechas de ovulación. Pero pasaban los meses y el embarazo no llegaba. Por lo general los días en que estaba ovulando él tenía que salir con sus amigos, o trabajaba hasta tarde, o se sentía enfermo. Los meses se hicieron años. Cada vez que tocaba el tema era un roce. La relación se fue poniendo áspera.

      - Vos no querés tener hijos. Decímelo. Mirá que para mí es motivo de divorcio.

      - Sí quiero, mi amor. Te juro que quiero.

      Mariela volvió a su médica que le indicó estudios algo más específicos. Todos dieron bien. Había que descartar alguna posible disfunción en él; pero él esquivaba la visita al laboratorio como el mejor esquiador de slalom.

      Las insistencias terminaban en peleas, que a su vez iban abriendo el abanico de problemas de pareja como una baraja infinita. Hasta que un día, a sus 37, ella dijo basta. Decidió que él la estaba evadiendo, que se había cansado de perseguirlo y que la relación se había terminado. Se lo dijo,  bajó la cortina y empezó a hacer el duelo en su presencia.

      Uno de esos días una escena de celos disparó el `sincericidio´: “Estaba esperando que se te pasara el cuarto de hora y te dejaras de joder”, le gritó él enajenado. E inmediatamente: “No, no, por favor, me equivoqué, es mentira, te lo dije en un momento de calentura...”.

      Después de ocho años de matrimonio ella le pidió que se llevara lo mínimo y que desapareciera de su vista. Y al día siguiente, se buscó un abogado.

      ***

      Estaba sola a sus 38 años, con sus ganas de ser madre, pero Mariela no se desesperó. [...] “¿Qué voy a estar esperando? Hasta que conozca a otro que me guste, que tengamos una relación consolidada, que empecemos a buscar un hijo… Ya me voy a estar por jubilar. No, no me voy a quedar esperando. El príncipe azul no existe, está desdibujado, está deslucido, ya no es azul, es celeste lavadito… ¿Cuántas mujeres hay que se quedan embarazadas y después por hache o por be están solas">