window.addEventListener('keydown', function(e) { if(e.key === 'Escape'){ e.preventDefault() } });
Noticias hoy
    En vivo

      Santiago Morales, sociólogo: “La niñofobia crece: cada vez más servicios se ofrecen ‘libres’ de niños y niñas”

      • Sociólogo especializado en educación popular, advierte sobre las consecuencias de las prácticas adultistas en la vida cotidiana.
      • Por qué cree que “nunca antes en la historia fue tan difícil criar” como hoy.
      • Qué genera la brecha generacional entre niños y adultos, por qué no nos entendemos y cómo acercarnos.

      Santiago Morales, sociólogo: “La niñofobia crece: cada vez más servicios se ofrecen ‘libres’ de niños y niñas”El sociólogo Santiago Morales advierte que “la niñofobia crece: cada vez más servicios se ofrecen ‘libres’ de niños y niñas”. Foto: Mariana Nedelcu.

      “Hoy hay dos grandes problemas: hay niños y niñas que no son escuchados, y niños y niñas que son ‘demasiado’ escuchados. En cualquiera de las dos situaciones, lo que falta es diálogo”, sentencia Santiago Morales, sociólogo y padre de dos niños. En conversación con Clarín, advierte sobre las consecuencias del adultocentrismo en la sociedad actual, es decir, la perspectiva que ubica a las personas adultas como modelo ideal, minimizando las voces y necesidades de las infancias y adultos mayores.

      Dice que es impensable que por motivo de edad se excluya a las personas de las decisiones que tienen que ver con su vida y bienestar (tanto con las infancias como los mayores), y problematiza la idea extendida de que “los niños y niñas son el futuro”, ya que niega su presente, ubicándolo únicamente como una preparación para la adultez.

      Además, opina que, mientras estamos desechando mandatos de crianza que nos oprimían, incorporamos otros, que no sólo son peores, sino menos eficaces.

      Es sociólogo (UBA) y becario doctoral de CONICET con lugar de trabajo en el Instituto de Estudios de América Latina y el Caribe de la UBA, donde cocoordina el Grupo de Estudios “Niñeces y Juventudes”, y es integrante del equipo “Niñez Plural”, radicado en el Instituto de Ciencias Antropológicas (FFyL-UBA). Dedicado a temas de niñez y educación popular, es autor y compilador de los libros Niñez en movimiento: del adultocentrismo a la emancipación (2018), Educar hasta la ternura siempre. Del adultocentrismo al protagonismo de las niñeces (2021) y Reinventar el mundo con las niñeces (2023; los tres de Chirimbote).

      Recientemente, junto a la socióloga española Marta Martínez Muñoz, lanzó en España Adultocentrismo, ¿qué piensan chicas y chicos? (Octaedro). Foto: Mariana Nedelcu.Recientemente, junto a la socióloga española Marta Martínez Muñoz, lanzó en España Adultocentrismo, ¿qué piensan chicas y chicos? (Octaedro). Foto: Mariana Nedelcu.

      Recientemente, junto a la socióloga española Marta Martínez Muñoz, lanzó en España Adultocentrismo, ¿qué piensan chicas y chicos? (Octaedro; en Argentina pronto estará la versión ebook y, en unos meses, lo editará Chirimbote), un libro que vuelca los resultados de un estudio exploratorio basado en casi 200 testimonios de chicas y chicos de Argentina, México, España, Chile y Colombia sobre sus deseos de mejorar las relaciones intergeneracionales.

      ― ¿Qué son el adultocentrismo, y el adultismo?

      ― Decimos que el adultismo es al adultocentrismo lo que el machismo es al patriarcado. En términos sociológicos, el autocentrismo es un subsistema del patriarcado.

      ¿Cómo se expresa esto? En que las relaciones de poder no solamente tienen que ver con el género, sino también con la edad: en nuestras sociedades, ser más grande es una fuente de privilegio en relación con aquellas personas que son más chicas.

      En mi último libro, escrito junto a Marta Martínez, definimos junto a chicas y chicos al adultocentrismo como la creencia de las personas adultas de que somos superiores solo por ser más grandes.

      ― ¿El adultocentrismo sería el sistema, y el adultismo, la práctica concreta?

      ― Exacto, el adultismo es la forma concreta en la que se expresa el adultocentrismo en las relaciones interpersonales, o incluso en las decisiones institucionales. Las personas tenemos prácticas adultistas al tratar a otra persona como alguien inferior sólo por ser más chica o más chico.

      Y eso se traduce en, por ejemplo, relativizar su capacidad para pensar de manera independiente, dudar de sus aptitudes para tomar ciertas decisiones o, simplemente, considerar que, por ser más chica, una persona es más caprichosa, antojadiza, tonta o estúpida. No es casual que en la discusión política se utilice la palabra “infantil” como sinónimo de tonto, estúpido, antojadizo, caprichoso, inmaduro, ingenuo.

      "Junto con las chicas y chicos definimos adultocentrismo como la creencia de las personas adultas de que somos superiores solo por ser más grandes". Foto: Mariana Nedelcu."Junto con las chicas y chicos definimos adultocentrismo como la creencia de las personas adultas de que somos superiores solo por ser más grandes". Foto: Mariana Nedelcu.

      ― ¿Y cómo se expresa esto en la sociedad?

      ― Por ejemplo, crece cada vez más la niñofobia.

      La niñofobia -un ejemplo de adultismo- nombra cierta tendencia que empieza fundamentalmente en Europa y está cada vez más instalada en ciertos sectores de Buenos Aires. Tiene que ver con ofrecer servicios “libres de niños y de niñas”: hoteles exclusivos sin niños y niñas, bares sin niños y niñas, e incluso vuelos de determinadas aerolíneas que se ofrecen a aquellas personas que tienen una suerte de “rechazo de piel” -para ponerlo en unos términos muy polémicos- con las niñas y niños.

      Está tan naturalizada la violencia y la discriminación hacia las niñas y niños que estos carteles se exhiben sin ningún tipo de pudor. Lo escandaloso sería, por ejemplo, sacar la palabra “niñas y niños” y poner “mujeres” o “negros”: si uno dijera “bares libres de negros” resultaría saludablemente escandaloso. Hay una suerte de exhibición de la discriminación sin pudores.

      No es exagerado pensar a este tipo de medidas como la promoción indirecta de una suerte de "apartheid adulto" contra la niñez.

      ― Además del aumento de la niñofobia que mencionás, ¿qué otras tendencias o prácticas adultistas observás hoy?

      ― Hay una que es clásica: culpar a los niños pobres -en particular, varones- de los delitos que suceden en cualquier sociedad. En general, tiende a explicarse el aumento -o alta sensación- de la inseguridad por el hecho de que los niños que no son punibles están “descontrolados” y, por lo tanto, lo que debe hacer el estado es recrudecer sus penas. En este caso, concretamente bajar la edad de punibilidad.

      Otro ejemplo es la tendencia a interpretar toda iniciativa de las nuevas generaciones como algo de menor valor que aquello que hicieron las generaciones ya adultas. Un ejemplo muy evidente es la música: tendemos a pensar que las producciones artísticas de las nuevas generaciones son menos interesantes o elevadas -en términos de cierta aspiración cultural- que aquellas que fueron producidas por generaciones anteriores.

      ― ¿Qué son los microadultismos, y cómo habitamos el mundo -tanto las infancias como los adultos- teniendo en cuenta esta mirada?

      ― Es muy interesante pensar en la categoría de microadultismo, porque nos lleva a ver cómo muchas veces son las propias niñas y niños quienes lo reproducen.

      Quienes tengan hijas o hijos de 8, 9, 10 años y al mismo tiempo otros u otras que son más chicos -o incluso se ve en el patio de cualquier escuela- verán que quienes son más grandes reproducen una lógica de segregación o de discriminación con quiénes son más chiquitos. “Como yo soy más grande, puedo puedo más esto; y disfruto que yo, que soy más grande que vos, puedo hacer esto, y vos todavía no”.

      Por otro lado, pensando en las relaciones entre personas adultas y niñas y niños, nos encontramos con microadultismos cuando, por ejemplo, ignoramos sus opiniones en conversaciones: es muy común que las propias chicas y chicos demanden ser escuchadas o que no se registre su presencia cuando las personas adultas conversan de un tema y son directamente excluidas.

      "Estamos atravesando uno de los momentos más difíciles para criar", asegura el sociólogo. Foto: Mariana Nedelcu."Estamos atravesando uno de los momentos más difíciles para criar", asegura el sociólogo. Foto: Mariana Nedelcu.

      ― Desde la crianza respetuosa y con apego, hoy hay un esfuerzo por criar más conscientemente y valorizar el rol de los niños y las niñas, pero a la vez está rodeada de un montón de exigencias que son muy difíciles de concretar. En este marco, dijiste que “se descontextualiza a las personas que maternan”. ¿Cómo criamos hoy?

      Nunca antes en la historia fue tan difícil criar. En otras palabras (y sin considerar contextos de guerra, desplazamientos forzados o pobreza estructural), estamos atravesando uno de los momentos más difíciles para criar.

      ¿Por qué? La calle no es un lugar donde salir a jugar, en grandes ciudades como Buenos Aires, en contextos de clases medias.

      Y la amenaza más grande aparece cada vez más dentro de la casa.

      La jornada doble se presenta casi como la única opción de escolaridad.

      Pareciera que si no se ofrecen los talleres extracurriculares, uno termina siendo un mal padre o una mala madre.

      La demanda de mercado en torno a todo lo que tienen que consumir las niñeces para ser felices es imposible si lo comparamos con los ingresos medios (poder adquisitivo) de la población.

      El mercado de alimentos no solo ofrece basura, sino que es altamente adictiva. Pero todo a nuestro alrededor y en el entorno de esas niñeces se lo ofrece, por lo que tenemos que lidiar con la demanda de nuestros propios hijos e hijas que la quieren, porque es rica y está bien pensada y bien hecha en ese sentido.

      Se suma la gran amenaza que significan las pantallas, en un contexto de desregulación y desinformación total, en donde hasta poco tiempo, el consumo de pantallas -en un sentido amplio- era algo muy valorado (es muy reciente esta irradiación de una información contraria que dice que tenemos que cuidar a las niñas y niños del consumo que hacen con las pantallas; pero éstas ya están completamente incorporadas en nuestra vida).

      Entonces, tenemos que pelear con las pantallas, con la comida, con el tiempo que no tenemos para jugar con ellas y ellos, tenemos que pelear para que quieran hacer actividades -porque quizás de esa manera logramos que no estén tan vinculados a las pantallas-...

      Y estamos solos y solas, porque vivimos en una comunidad de anónimos, no conocemos a nadie en general: la precarización habitacional muchas veces hace que nos mudemos de casa en casa (o las personas que viven a nuestro alrededor) y no sabemos quiénes son nuestros vecinos y vecinas, el cartero o el carnicero (por la precarización laboral que genera rotación), o el negocio que está cerca de mi casa (que cambia porque tiene que cerrar, y aparece otra cosa).

      Entonces, se vuelve un combo que es dinamita. Por eso hay que tener mucho cuidado con las “recetas” que reducen todo a “cómo responder” ante cierto estímulo del niño o de la niña. Porque hay un contexto: no es lo mismo si tenemos red de contención o no, si estuvimos todo el día trabajando o no, etcétera.

      El gran problema para mí es que estamos desechando mandatos opresivos (la violencia explícita con la que muchas generaciones crecieron), pero incorporando "sin querer queriendo" nuevos mandatos que también nos oprimen, pero peor. Ahora la culpa ya no es de la cultura represora ("la letra con sangre entra"), ahora la culpa es individualizada, es tuya: sos vos que no podés, sos vos que estás haciendo mal lo que en Instagram te dicen que es tan fácil de aplicar.

      ― ¿Por qué estos nuevos mandatos son menos eficaces?

      ― Porque en las generaciones anteriores, con el paradigma de la violencia naturalizada, el niño o la niña acataba órdenes, se portaba bien, no te demandaba nada, se callaba, se quedaba en la mesa, comía y se iba a dormir cuando le decías que se vaya a dormir. Y si no, había represión adulta. Por supuesto, ese paradigma es problemático desde una perspectiva respetuosa de los derechos humanos.

      Pero el paradigma actual -que pretende ser contrario en ciertos contextos en donde buscamos efectivamente deshacernos de todo eso- se vuelve muchas veces medio inabarcable, casi diría de a ratos insoportable.

      Entonces, necesitamos problematizar el adultocentrismo para entender que las personas adultas también somos rehenes del propio mandato adultista que nos hace creer que ser personas adultas debe ser igual a tener todo controlado, a ser perfecto y a que todo nos salga bien.

      De hecho, si buscás la definición de la Real Academia Española de la palabra adulto, la segunda entrada dice “llegado a cierto grado de perfección, cultivado, experimentado”.

      ― ¿Cuán visible es esta problemática del adultocentrismo en este contexto de crianza de niños y niñas?

      ― Creo que es completamente invisible. Porque las personas adultas estamos ensimismadas en nuestros problemas, por el modo de vida que llevamos empuja a eso y el propio sistema adultocéntrico también. Vivimos en un mundo pensado por adultos, hecho por y para los adultos.

      Y, en ese esquema, lo que queremos de las niñas y niños es que incorporen todo lo necesario para ser “el mejor adulto posible” cuando sean grandes y que nos emitan las cuotas de felicidad necesarias por el hecho de haber decidido tener hijes o dedicarse hasta la docencia y, al mismo tiempo, que nos molesten lo menos que se pueda.

      En este escenario, vamos perdiendo de vista la posibilidad de encuentro intergeneracional.

      ― Una de las cosas que más impactó de la serie Adolescencia es el abismo entre el mundo adulto y el mundo adolescente, hubo como una sorpresa generalizada sobre esa brecha de desconocimiento. ¿Por qué creés que sorprendió tanto y por qué no nos entendemos?

      ― Esa es la gran pregunta. En la escena en la que el hijo del detective le dice “yo te puedo ayudar”, el padre no solo desconoce que su hijo puede ser alguien que efectivamente lo puede ayudar, sino que incluso desconoce la realidad de violencia, de incomodidad y maltrato que estaba viviendo su propio hijo.

      Para mí esa escena muestra lo que en buena medida nos pasa al mundo adulto: tendemos a poder reconocer -e incluso alarmarnos ante- problemas de otros niños, niñas y adolescentes, pero nos cuesta mucho reconocer lo que está pasando a nuestros propios vínculos con hijos, hijas, sobrinos, alumnos.

      ― ¿Y qué hacemos en este contexto?

      ― Me parece que el principal desafío es encontrar formas de fortalecer el diálogo.

      Creo que en este momento hay dos grandes problemas: los niños y niñas que no son escuchados, y los niños y niñas que son “demasiado” escuchados (“debo hacer todo lo que me dice mi hijo o hija”). En cualquiera de las dos situaciones, lo que falta es diálogo, la posibilidad de hablar.

      Soy un ferviente irador del pensamiento del maestro brasilero Paulo Freire, que decía “es escuchando como aprendemos a hablar con los niños y niñas”. Dicho de otra manera, para poder hablar, necesitamos escuchar. Muchas veces creemos que hablar con chicas y chicos es escuchar todo lo que nos dicen y tomarlo como una verdad absoluta y revelada, o bien lo contrario, creemos que hablar es “decirles” cosas.

      Es en este justo medio donde necesitamos poder fortalecer nuestro espíritu y capacidad de comprensión: necesitamos escuchar a las niñas y niños, pero también necesitamos ser muy firmes y claros en que necesitamos que nos escuchen y reconozcan que estamos cansadas o cansados, que trabajamos un montón, que las exigencias realmente son desmedidas y que muchas veces no se puede todo, en este contexto y en este presente.

      Santiago Morales es sociólogo (UBA) y becario doctoral de CONICET con lugar de trabajo en el Instituto de Estudios de América Latina y el Caribe de la UBA. Foto: gentileza.Santiago Morales es sociólogo (UBA) y becario doctoral de CONICET con lugar de trabajo en el Instituto de Estudios de América Latina y el Caribe de la UBA. Foto: gentileza.

      ― Hablando del presente, problematizás la idea de que “los niños y las niñas son el futuro”, y cuestionás la mirada que simplifica a la niñez únicamente como una “preparación” para la adultez.

      ― El gran problema de eso es que si afirmamos que son el futuro, al mismo tiempo decimos que no son el presente.

      Las personas grandes todo el tiempo vemos en los chicos y en las chicas un proyecto: todo lo que les decimos y lo que no, lo que permitimos y lo que no, lo que nos enoja y lo que no, lo que nos da miedo, tiene que ver con esa protección y nos cuesta asumir que hay un otro que está viviendo su vida, que es en tiempo presente, y no le importa su futura adultez del modo que nos importa a las personas adultas: le importa sentirse bien; ni siquiera ser feliz, sentirse bien. Poder estar en donde quiere estar con personas que lo hagan sentir valioso, reconocido, único.

      Eso es, en buena medida, lo que está perdido; no nos entendemos y, desde la lógica adulta, sentimos que están viendo otra película, y culpamos a los chicos, que lo que les interesa es poco importante... Pero no problematizamos la sociedad de mercado que está cada vez más cosificante de todo lo que nos rodea: la naturaleza, las personas, incluso los valores.

      ― ¿Y qué consejos o ideas dieron los chicos en el estudio que hicieron con la socióloga Marta Martínez Muñoz y volcaron en el último libro?

      ― El consejo que apareció con mayor presencia es el pedido de ser escuchados. Que no es solo sentarse y poner el oído: hablaban de una escucha respetuosa, siempre y en todo lugar, sin comparaciones, desnaturalizando creencias, valorando las experiencias distintas.

      Y, al mismo tiempo, la otra gran demanda o sugerencia para mejorar las relaciones interpersonales es la empatía; y les recuerdan a los mayores que ellos también quisieron vivir experiencias, equivocarse, sentir, probar, sintiéndose respetados y apoyados por los adultos: “no se olviden que ustedes también fueron chiquititas y chiquititos”.


      Sobre la firma

      Sabrina Díaz Virzi
      Sabrina Díaz Virzi

      Editora de las secciones Familias, Relaciones y Astrología. [email protected]

      Bio completa

      Tags relacionados