Si hay un tema que, literalmente, desvela a muchas familias con bebés y niños pequeños es el asunto del sueño. Que hay que enseñarle a dormir solo, que necesita dormir acompañado, que hay que dejarlo llorar 3 días y 3 noches, que nunca debemos dejarlo llorar, que jamás lo metas en tu cama, que el colecho es la salvación… La expectativa de que el bebé a cierta edad duerma toda la noche es, en algún punto, un mito urbano. O peor, un producto de un modelo de crianza que busca acomodar cuestiones propias de la fisiología de un ser en desarrollo a la necesidad de los adultos. Claro que a todos nos gustaría dormir sin interrupciones, pero la realidad nos dice otra cosa. Sí, existen los bebés que desde los pocos meses hacen tirones de unas cuantas horas por noche, pero sabemos que son los menos. Si no fuera así, no estaríamos hablando de esto ni sería un tema de preocupación.

El origen del “llanto controlado” y el “Duérmete, niño”
Venimos de corrientes conductistas que en los 80 fueron boom en los Estados Unidos de la mano del doctor Ferber y su libro “Solve your child’s sleep problems” (“Solucione los problemas de sueño de su hijo”) donde se plantea que un bebé luego de los 6 meses debería ser capaz de dormir 11 o 12 horas de corrido. Una década después, España vio nacer al “Duérmete, niño” del doctor Estivill, que rápidamente llegó a la Argentina y a otros países de habla hispana. Resumidamente, ambos libros proponen la metodología del “llanto controlado” donde, a partir de una tabla de tiempos que van siendo cada vez más prolongados, se lo deja al bebé llorando solo en su cuna y en su habitación y, cuando se cumple el tiempo pautado, se lo consuela de manera verbal, sin levantarlo en brazos, ni tocarlo, ni mucho menos amamantarlo.
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Sleep coaches, entrenadoras de sueño
Hoy por hoy, y con evidencia científica contundente que alerta sobre los perjuicios que representa para el cerebro en desarrollo del bebé el hecho de dejarlo llorar, en la última década viene creciendo en España y Latinoamérica la tendencia de las llamadas “sleep coaches”. Digo “llamadas” porque, en general, se trata de mujeres quienes encarnan esta figura.
Sin llegar quizá a lo que son los programas de entrenamiento del sueño como los que sugieren Ferber o Estivill, las sleep coaches proponen planes en teoría menos cruentos, pero que no dejan de “adiestrar” a los niños para que se ajusten a los horarios y expectativas de los adultos.