En la puerta del jardín de infantes dos abuelas conversan. Una de ellas comenta que estuvo buscando un muñeco que gatea porque su nieta se lo pidió insistentemente. Cuando fue a la juguetería desistió de la compra debido a su costo. Quedó apenada por no haber podido darle el gusto a la nena, aunque después de algunos reproches aceptó las explicaciones. La otra abuela preguntó cómo, a pesar de ser tan chiquita, la niña conocía ese juguete. La respuesta fue que lo vio en televisión durante la publicidad de los programas infantiles que mira por la tarde.
¿A qué llamamos consumismo? ¿Puede aplicarse a la infancia un comportamiento que describe la adquisición de objetos considerados no esenciales? Existen dos situaciones que influyen para transformar a nuestros pequeños en insaciables demandantes de más y más cosas: la publicidad y la falta de límites de los padres.
¿La culpa es de la tele?
Los chicos reciben un bombardeo publicitario, especialmente durante los horarios donde se pasan programas dirigidos al público infantil. Esta situación se presenta como un abuso que toma ventaja de la debilidad propia del niño para diferenciar lo que es genuinamente necesario de lo que no, ya que por su corta edad no tienen un criterio y capacidad crítica para comprender.
Gran parte de su tiempo libre lo pasan frente al televisor. Quedan en una especie de estado "hipnótico", pasivos, con falta de iniciativas para realizar actividades propias y creativas que ayuden a desarrollar su mundo mental. Las principales ocupaciones de la infancia quedan lejos de esta realidad: jugar y aprender, experimentar con sus acciones, hacer con sus manos, ejercitar las actividades psicomotrices, construir ideas. Y para que esto suceda no hace falta el muñeco que gatea, el último autito transformable o los poderosos superhéroes. Sólo basta con la imaginación.
No se habla de un alegato contra los juguetes, sino de una reflexión acerca del uso que se hace de la publicidad para que los niños se transformen en consumidores compulsivos de objetos. ¿Es realmente la culpa de la televisión">