Puede olvidarse hasta del reflejo que le devuelve el espejo, pero cuando suena The Way You Look Tonight en versión propia es como si se reconociera. Cada punto y cada coma, cada silencio entre palabras, cada métrica de la canción, recordados a la perfección por Tony Bennett. Las carpetas mentales en blanco, pero un "archivo" inalterable. Pequeño triunfo de la música sobre el Mal de Alzheimer.
No sabe que estamos en pandemia. Vive como en una caja de cristal fabricada por su pareja. Las redes lo muestran tomando sopa de calabaza, tratando como a hijos a sus perros Happy y Buddy, promocionando su pasta a la putanesca, dibujando en su atelier el Central Park. Instagram es un espejismo, un filtro que suaviza la vida simple de Anthony Dominick Benedetto. Desde 2016 sufre este tipo de demencia senil, pero ahora que su familia confiesa el diagnóstico, las imágenes diarias se resignifican. El entorno de Tony mantiene al público cerca, para que no extrañe al crooner y entienda al nuevo Bennett.
El periodista canadiense John Colapinto lo cuenta "quirúrgicamente" en un artículo extensísimo de la AARP, la organización estadounidense dedicada a los mayores de 50. Narra él en su crónica cómo es un día del hombre que debutó artísticamente a los 10 años y que ahora depende de su mujer para reconectar con varios significados. Describe el escritor que el primer indicio se da cuando llega a la casa de Tony, en el piso 15 de un rascacielos de Nueva York, y ve "los ojos azules de párpados pesados, la icónica nariz romana, pero algo que falta, la sonrisa fácil y omnipresente".

Es Susan, la pareja del cantante, de 54 años, el sostén, la que elige gritar la verdad a los medios. Quiere que el Alzheimer deje de ser tabú, vergüenza, asunto a barrer bajo la alfombra. En un universo de celebrities que disipan arrugas y kilos con una aplicación de celular, ella prefiere desnudar la rutina de su casa, contar cómo lidia con ese desprendimiento de la realidad de su marido y cómo lo extraña cuando entra en trance. No todo es tristeza: los días en que él canta Fly Me To The Moon, se enciende una lucecita, deja el túnel oscuro. "Cantar le salva la vida".
Tony ya mostraba signos claros de la enfermedad, según Susan, cuando él y Lady Gaga comenzaron a grabar en los estudios Electric Lady de Nueva York, en 2018. El miedo de Susan era que su marido no estuviera a la altura de la tarea. Comparaba a ese Tony y al de un par de años antes y lloraba: antes de su enfermedad, él era conocido como el perfeccionista insoportable. El documental The Zen of Bennett (estrenado en 2012) lo certifica. Se lo veía obsesivo, grabando con su amiga Amy Winehouse, retando al productor Phil Ramone o a su arreglista musical y pianista, Lee Musiker, por usar "un tempo demasiado rápido": la idea de Tony era que sus canciones no sonaran "descartables".
Romper el silencio sobre algo tan íntimo no fue tarea sencilla para la familia Bennett. Pensaron en el estigma, en los prejuicios, incluso en las críticas de los medios antes de contar la verdad sobre el cantante al que miles señalaban como "rival eterno de Frank Sinatra". En un país en el que más de 5 millones padecen esa enfermedad (y los médicos anticipan que el número podría aumentar a proporciones epidémicas), Susan entendió que hablar sin miedo y dar pautas podía ayudar a muchos. "Tony sigue una dieta mediterránea y hace ejercicio tres días a la semana para mejorar el flujo sanguíneo y ralentizar el proceso de pérdida de la memoria", precisa.

El señor que canta Dejé mi corazón en San Francisco, el mismo que publicó más de 50 discos y ganó 19 Grammy, está dando una lección al mundo sin saberlo. La música, otra vez, es su salvavidas, como lo fue cuando estuvo en la primera línea de batalla durante la Segunda Guerra Mundial: cantaba para distraer su miedo. En otro tramo de su vida -cuando nacían los ochenta- no podía levantarse de la cama, ahogado por los excesos, los fracasos matrimoniales y las deudas. De nuevo recurrió al escudo protector, el canto.
Su neurólogo recomendó que continuara ensayando. Dos veces por semana, su pianista Lee Musiker lo visita y repasan canciones durante 90 minutos. Las melodías juegan a ser islas sanas en medio del deterioro cognitivo. El piano de cola Bösendorfer negro ni enterado del diagnóstico mental de Tony. Hay un saber viejo que no se borra, que queda encadenado vaya a saber uno en qué fracción invisible de los sesos.
¿Sabe Bennett lo que le pasa? ¿Reconoce un paciente con Alzheimer que tiene Alzheimer">