Cuando la noticia se formalizó, casi no quedaban entradas. Porque Folia, la obra del coreógrafo francés Mourad Merzouki, que él mismo vino a montar en 2023 para el Ballet Contemporáneo del Teatro San Martín, es un secreto a voces, un pequeño milagro de belleza y emoción. Como en un ritual, una vez que se pasa por una de sus funciones, solo queda volver y volver.

Es probable que eso de volver y volver para asistir a una misma obra sea un poco exótico para alguien poco habituado al teatro, a la danza o incluso al cine. "¿Fuiste más de una vez a ver la misma ópera?", preguntó no hace tanto un columnista radial al conductor del ciclo, amante del canto lírico.
Porque sí, se vuelve. Aunque se sepa qué esperar, incluso se recuerde qué pasará y cuándo, cada presentación es nueva, sutilmente diferente, única incluso en la repetición.
¿Estaban ahí?
En el caso de Folia, además, es necesario volver a ver la obra, porque los discursos son múltiples y superpuestos. En el centro, un bailarín gira sin pausa, aunque con velocidades diversas, mientras que alrededor, un dueto, un trío, una variación de conjunto se suceden. ¿Estaban ahí la primera vez? La mirada no pudo asimilarlos porque los giros en el centro, dibujando ondas con una falda inolvidable, eran sencillamente hipnóticos.
¿Realmente la soprano Graciela Oddone había bailado? Las series para cuatro bailarines estaban, pero ese detalle había quedado fuera de foco. Y los violinistas Pablo Pereira y Darío Zappia atraviesan el escenario tocando y ¿bailando?

El Ballet Contemporáneo del Teatro San Martín enseña a mirar. Incluso cuando no se ve. Pero además, tiene otras lecciones que ofrecer.
Cada reparto, de una veintena de artistas, funciona como una maquinaria perfecta. Por momentos, ellos destacan. Pero luego, ellas toman los desafíos más importantes. Un vestido rojo. Una camisa amarilla. Un vestido blanco y corto. Lo individual, los solos, los dúos, lejos de ser momentos de centralidad, funcionan para potenciar el conjunto.
El Ballet Contemporáneo del Teatro San Martín enseña que el todo es muchísimo más que la suma de partes. Cuando la ovación estalla, cuando la energía de la emoción recorre a cada espectador, el cuerpo de artistas saluda junto, no hay individualidades, es un único abrazo, totalizador. Grandes lecciones para estos tiempos. Por eso, se vuelve.
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