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      Mario Vargas Llosa contado por sí mismo/2

      La larga conversación era un atributo del autor de El pez en el agua. Aquí nos habla de la vida, de las dictaduras y de la muerte.

      Mario Vargas Llosa contado por sí mismo/2Fidel Sclavo

      La larga conversación era un atributo de Mario Vargas Llosa. Tuve el privilegio de comprobarlo durante años, como lector, como editor, como persona cercana a su pasión por escuchar, y por hablar. En esta segunda, y última entrega, de extractos de una de las más largas charlas que tuve, esta vez en la Fundación March de Madrid, el autor de El pez en el agua habla de la vida, de las dictaduras y de la muerte.

      “Perder kilos”. “La única razón por la que volvería a hacer política sería para perder otra vez diez kilos, los que perdí en la campaña… En ese momento yo estaba apenado. Habíamos trabajado tres años y lo habíamos hecho con gran idealismo y, además, con la ilusión de transformar el Perú, de modernizar el Perú. Hubo mucha gente que se sacrificó, que sufrió, que incluso perdió la vida. De tal manera que, por supuesto, era una sensación muy desmoralizadora la de haber perdido la elección, pero eran unos sentimientos mezclados porque, por otra parte, ¡qué liberación la de haber llegado a París! Estar rodeado de libros y saber que ahora iba a volver a escribir y que iba a volver a mi verdadera vocación. Eran sentimientos mezclados”.

      “En el corazón de la realidad”. “Fue una interrupción de cinco años, más los tres de campaña. Ocho años de interrupción, pero a los cinco hubiera vuelto a mi trabajo de escritor, como dije siempre que haría. Hubiera sido penoso para mi dejar una vocación que es la mía, la que realmente amo, pero estaba seguro de que hubiera sido una experiencia exaltante… Los escritores vivimos en un mundo que inventamos, en un mundo que, aunque nace de la realidad, no es la realidad. Es un mundo alternativo, y entrar de pronto a la política fue cambiar radicalmente de vida. Estar, además, inmerso en un proceso electoral en un país que vivía, por una parte, el terrorismo, una guerra civil, una crisis social monumental, una hiperinflación que creaba una agitación social tremenda…, era salir de la ficción y entrar en la realidad, en el corazón de la realidad, y empezar a vivir a otro ritmo, sin la lentitud para tomar decisiones que puede permitirse un escritor… La experiencia fue también enormemente exaltante. Era vivir la historia después de haber vivido historias en la pura fantasía. Desde luego no soy un político. Si algo descubrí en esos tres años es que carezco totalmente de aptitudes para la política. Pero al mismo tiempo fue una experiencia extraordinariamente enriquecedora para conocer mi país, para conocer lo que es la política de verdad, y para conocer mis propias limitaciones también”.

      La dictadura. “Ese regreso [a Perú] fue muy estimulante porque para entonces la dictadura se había vuelto ya tremendamente impopular. El aplauso con el que me recibieron en un acto en el que estabas tú [en su regreso a su país después de años en París y en España, años después de su derrota electoral] iba dirigido a mi para mostrar el disgusto, el hartazgo, y el desprecio, que tenían en ese momento una gran mayoría de peruanos por la dictadura que, para vergüenza nuestra, fue popular. Llegó a entusiasmar a peruanos, esa es la verdad. No es la primera vez que ha ocurrido, por desgracia, esa es una realidad triste, que las dictaduras a veces son populares. Y la dictadura de Fujimori durante un tiempo lo fue, y eran años muy difíciles. Sobre todo, muy difíciles para mi cada vez que regresaba porque el entusiasmo por Fujimori se volcaba en hostilidad, y a veces feroz, insultante, agresiva, contra mi. Entonces ese regreso fue muy interesante: ver como había cambiado el clima en el Perú, como la popularidad se había vuelto impopularidad, rechazo radical. Y, bueno, esperemos que sea la última experiencia dictatorial que haya tenido el Perú”.

      Fujimori, Pinochet, las dictaduras. “Fue la primera vez que ocurre en la historia del Perú, nunca antes un dictador [Fujimori] fue extraditado. Nunca fue juzgado. Algunos fueron asesinados cuando estaba en el uso del poder, pero ese hecho tan civilizado y democrático de llevar a un dictador ante un tribunal, con todas las garantías de una legalidad cierta, para que responda de sus crímenes, de sus robos, de sus transgresiones a los derechos humanos, a la ley, es la primera vez que ocurre en la historia del Perú. Y en la historia de América Latina creo que muy pocas veces ha ocurrido, si es que ha ocurrido. Es un precedente muy importante que puede servir para vacunarnos en el futuro contra las dictaduras… Está el caso Pinochet. Pinochet al fin, aunque fue cuestionado y se descubrieron sus crímenes, nunca salió de su casa. Nunca estuvo entre rejas. Esa es la realidad. Y Fujimori si está entre rejas. Es un precedente muy importante y creo que no sólo para Perú, sino para toda América Latina.

      La Fiesta del Chivo. “La fiesta del Chivo [la novela] nace por una estancia de ocho meses en la República Dominicana, en el año 1975. Ya habían pasado catorce años de la muerte de Trujillo, pero era como si Trujillo estuviera vivo, porque era el tema obligatorio en todas las conversaciones. Todos los dominicanos tenían alguna anécdota que contar con respecto al personaje, sobre las cosas terribles, inverosímiles, que se decía que él había hecho. Yo recordé mucho mis años universitarios, esos años en que en toda América Latina había dictaduras militares. Recordé cómo la dictadura de Trujillo era la dictadura emblemática, la que parecía personificar el fenómeno del dictador militar, no sólo porque Trujillo llevó a sus extremos las características de toda dictadura militar, corrupción, crueldad, sino porque además él añadió a eso teatralidad. Él era un histrión, tenía una vocación teatral enorme, y durante esos treinta y un años una de las cosas que hizo fue convertir a su país en un espectáculo, en el que él, por supuesto, escribía el guión, dirigía la obra y era el protagonista. Pero el país entero se convirtió en un mundo de comparsas, que él modelaba a su capricho”.

      Estado de ánimo a los 71. “Sé que tengo más proyectos que tiempo para materializarlos, de tal manera que tengo que ser muy cuidadoso en su selección. Pero afortunadamente, tocaré madera, aunque la edad está allí y soy muy consciente de ella, no me ha debilitado las ilusiones. Tengo constantemente proyectos disparatados, excesivos, pero a mi me hacen vivir. Alguna vez se me ocurrió la idea –que no tiene nada de original, se le debe haber ocurrido a mucha gente— de que si la muerte no existiera, qué aburrida sería la vida. Sería espantosamente aburrida. Hay unos cuentos de Borges que tocan ese tema maravillosamente… Si pensamos nosotros en cosas como el placer, como la felicidad: esas cosas existen porque existe la muerte, porque sabemos que un día eso se va a terminar, y eso hace que en nuestra vida haya momentos que nos arrancan de esa condición perecedera que tenemos y vivamos una exaltación que es como un símbolo de la inmortalidad. De tal manera que en cierto sentido gracias a la muerte podemos ser felices, podemos llenar nuestra vida de excitación, de exaltación, de momentos que nos desagravian del aburrimiento, del sufrimiento y el del dolor. Entonces yo creo que frente a la muerte la actitud más sensata es la de tratar de continuar viviendo como si la muerte fuera un imprevisto. Mi esperanza es que la muerte me sorprenda en un momento en que yo ni siquiera me dé cuenta, porque si consigo llegar así hasta el último día creo que habré aprovechado al máximo esa cosa maravillosa y única que es la vida, que es maravillosa y es única en todos los casos. Sobre todo, si tú crees que es la única vida que tenemos. Creo que es maravillosa y que hay que vivirla así hasta el último instante”.



      Sobre la firma

      Juan Cruz
      Juan Cruz

      Especial para Clarín

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