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      Moreno, Castelli, Belgrano y la libertad de prensa

      Las amenazas al periodismo ¿despreciarán o proscribirán aquellos tempranos principios fundacionales de nuestra patria?

      Moreno, Castelli, Belgrano y la libertad de prensaDaniel Roldán

      En 1805, el virrey Sobremonte escribe: “La repetición de especies y noticias extraordinarias absolutamente inciertas o inverosímiles que de poco tiempo a esta parte se han esparcido en el público han promovido la vigilancia propia del Superior Gobierno de mi cargo para acudir a atajar el mal”. Subraya: “Estas noticias promueven la crítica mordaz u otros efectos peligrosos”, son “malignas ideas, maquinaciones las más delincuentes”.

      Tres años después, Belgrano apunta: “Sin que nosotros hubiésemos trabajado para ser independientes, Dios mismo nos presenta la ocasión con los sucesos de 1808 (…). Avívanse entonces las ideas de libertad e independencia y los americanos empiezan por primera vez a hablar con franqueza de sus derechos”.

      La Revolución de 1810 instala la Primera Junta y su secretario publica “Sobre la libertad de escribir”: “Los desórdenes de la razón” han conducido siempre a “monstruosos errores”, cuando las naciones se dejan arrastrar por “axiomas infalibles” y se hacen partidarias de “máximas erróneas” aplicadas “ciegamente y sin examen”.

      El párrafo introductorio anticipaba que “los razonamientos absurdos” concluyen en “el deforme contraste de la pasión que cree que razona cuando el entendimiento está en delirio” ocultando la “celeste y majestuosa simplicidad que le imprimió el autor de la naturaleza”… las “fuerzas del cielo” de hoy.

      El “Antiguo régimen” se sostenía invocando el verticalismo divino, concepción que conduce inevitablemente a que la población quede “presa del error y la mentira” o “sujeta a la degradación en que el embrutecimiento entra a ocupar el lugar del raciocinio”.

      Moreno dialoga: “En vista de esto, ¿no sería la obra más acepta (sic) a la humanidad el dar ensanche y libertad a los escritores públicos para que las atacasen a viva fuerza y sin compasión alguna? Así debería ser seguramente; pero la triste experiencia de los crueles padecimientos que han sufrido cuantos han intentado combatirlas nos arguye la casi imposibilidad de ejecutarlo. Sócrates, Platón, Diágoras, Anaxágoras, Virgilio, Galileo, Descartes y otra porción de sabios que intentaron hacer de algún modo la felicidad de sus compatriotas (…) fueron víctimas del furor con que se persigue la verdad”.

      La libertad de prensa es “un bien que haría sus mayores delicias si se la alentase y supiese proteger. ¿Por qué se le ha de poner una mordaza al héroe que intenta combatirlas y se ha de poner un entredicho formidable al pensamiento, encadenándolo como a un esclavo? (…) Dese a la verdad y a la introducción de las luces y de la ilustración: no se reprima la inocente libertad de pensar en asuntos del interés universal (…). La verdad, como la virtud, tienen en sí mismas su más incontestable apología; a fuerza de discutirlas y ventilarlas aparecen en todo su esplendor y brillo: si se oponen restricciones al discurso, vegetará el espíritu como la materia y el error, la mentira, la preocupación, el fanatismo y el embrutecimiento, harán la divisa de los pueblos y causarán para siempre su abatimiento, su ruina y su miseria”.

      Concluye: “La gran causa de estas provincias: en vano provocarán congresos, promoverán arreglos y atacarán las reliquias del despotismo si los pueblos no se ilustran, si no se vulgarizan sus derechos, si cada hombre no conoce lo que vale, lo que puede y lo que se le debe, nuevas ilusiones sucederán a las antiguas y después de vacilar algún tiempo entre mil incertidumbres será tal vez nuestra suerte mudar de tiranos, sin destruir la tiranía”.

      En abril de 1811 la Junta Grande reinstala la censura y refiere a “abusos” y “libelos calumniosos”. Aunque reaccionario, el decreto reafirma: “Atendiendo a la facultad individual de los ciudadanos de publicar sus pensamientos e ideas políticas, es no solo un freno a la arbitrariedad de los que gobiernan, sino también un medio de ilustrar a la nación en general y el único camino para llegar al conocimiento de la verdadera opinión pública” y decreta: “Todos los cuerpos y personas particulares de cualquier condición y estado que sean tienen libertad de escribir, de imprimir y de publicar sus ideas políticas, sin necesidad de licencia, revisión y aprobación alguna anteriores a la publicación”. Días después, Castelli lanza su Proclama de Tiahuanaco que sostiene que los indios “deben ser reputados con igual opción que los demás habitantes nacionales (…) por la igualdad de derechos de ciudadanos”.

      Libertad e igualdad son ideas complementarias. Para los próceres de Mayo el despotismo es hijo natural de la ignorancia. No por casualidad todos los regímenes autoritarios como el colonial o los de Rosas, el primer peronismo y las dictaduras militares fueron censores seriales, mientras los perseguidos Alberdi y Sarmiento –fundadores de La Moda y El Zonda--, como Mitre, el mismo Roca o el primer radicalismo en el poder, honoraron al derecho irrestricto de expresión de la opinión pública. Censurar a la prensa no es sino otra faceta de la represión a debatir, peticionar y manifestar.

      Las ínfulas autocráticas son un importante signo de la decadencia populista. ¿Sumir en la ignorancia al pueblo es lo que se busca atacando a la educación pública y la prensa? ¿Las insolentes amenazas al periodismo despreciarán o proscribirán aquellos tempranos principios fundacionales tildándolos de iluministas o jacobinos? Si fuera el caso, que no se lo haga en nombre de la libertad, valor supremo que animó la gran Revolución de Mayo y menos aún porque no se leyó lo suficiente a Moreno… todavía.

      Ricardo de Titto es historiador.


      Sobre la firma

      Ricardo de Titto
      Ricardo de Titto

      Historiador. Autor de “Hombres de Mayo” y “Las dos independencias argentinas”

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