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      Soñar imposibles con los ojos abiertos

      Podemos evocar en otro el gesto que hacía él, la forma en que sonreía ella, el tono con el que deslizaba una confidencia, el taconeo con el que se anunciaba su llegada. Pero serán apenas eso, destellos sutiles, pinceladas que sólo servirán para atenazar el recuerdo de quien se ha ido.

      Soñar imposibles con los ojos abiertos
Un recuerdo que suele ser intransferible; cada uno habrá rozado nuestras vidas de una manera única.

      A veces sueño que nunca pasó. Que voy a trasponer el umbral y allí estarán todos ellos. Juntos. Vivos. Lo sueño despierta, imposibilitada de creer que ninguno esté ya aquí. La noción del nunca más, que es todo lo que es la muerte, se me hace muy difícil de asimilar. Es una tarea casi imposible. Lo que la razón entiende, el corazón parece no aceptarlo, en sintonía con Pascal y esas razones del corazón que la razón no comprende. Algo en mí se rebela, se resiste, no quiere o, como digo, no puede aceptarlo. Aun sabiendo que frente a ella es lo único que cabe.

      “Mis pies querrán caminar hacia donde estás durmiendo, pero seguiré viviendo”, escribía Neruda. Seguir adelante cargando en nuestro corazón con el peso de las ausencias. Que, curiosamente, a veces es mayor que el de las presencias. Recuerdo que alguna vez leí que quien tiene presencia fuerte y ausencia fuerte, es imprescindible. Dicen, sin embargo, que nadie es imprescindible, y seguramente es cierto; es posible que así sea. Pero al mismo tiempo todos somos irreemplazables. Cada uno es único e irrepetible, con sus defectos y virtudes, sus luces y sombras, sus manías y sus encantos, sus defectos y sus virtudes.

      Podemos evocar en otro el gesto que hacía él, la forma en que sonreía ella, el tono con el que deslizaba una confidencia, el taconeo con el que se anunciaba su llegada. Pero serán apenas eso, destellos sutiles, pinceladas que sólo servirán para atenazar el recuerdo de quien se ha ido. Un recuerdo que suele ser intransferible; cada uno habrá rozado nuestras vidas de una manera única también. Es que, como decía Camilo José Cela, “la muerte es una amarga pirueta de la que no guardan recuerdo los muertos, sino los vivos”.


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      Silvia Fesquet
      Silvia Fesquet

      Secretaria de Redacción. Editora Jefe. [email protected]

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