Redacción Clarín
Supongamos que sí. Que se comprueba que los celulares favorecen el embrión de ese monstruo indescriptible que es un tumor cerebral. Difícil: los glioblastomas nos han diezmado mucho antes de que pensáramos en un Blackberry. Pero supongamos que sí. Y que por nuestra salud y sensatez, y la de la especie humana, los celulares pasan al olvido. ¿Cómo pasaría a ser nuestra vida? En principio, mucho más bonita. Imaginen: el tipo está en la góndola del súper, habla ansioso con su mujer que espera en casa. La duda del fulano es angustiante, existencial: “¿Sopa crema de pollo o caldito de arvejas con trocitos de pan">