En La Paternal todavía se puede andar sin apuro. Y en este sector, al que llaman La Isla, el sol entra sin pedir permiso por entre los árboles y pinta de dorado los frentes de las casas bajas. Hay persianas de madera, veredas con sillas plegables, y un ritmo que no se dejó seducir por la histeria del delivery. Ahí, en esa postal que resiste, hay un restaurante que también se anima a ser otra cosa: MN Santa Inés. Una especie de portal gastronómico que, como todo buen secreto, hay que saber encontrar.
El local, que alguna vez fue una panadería industrial, sigue oliendo a hogar, aunque el perfume del pan recién horneado ahora fue reemplazado por el de currys intensos, salsas especiadas y caldos con memoria de viaje. Donde antes se amasaban trenzas y figacitas, hoy se sirve cocina contemporánea con ADN propio. La chef Jazmín Marturet es la arquitecta de esa transformación: una cocinera viajera que mezcla técnicas, ingredientes y recuerdos como quien arma un mapa con la intuición de una brújula descompuesta (pero certera).
Las balanzas antiguas, los televisores de tubo y la vajilla despareja no están de adorno: son parte del relato. MN Santa Inés tiene algo de club social, algo de casa de artista y algo de escenario en pausa. Y también tiene, desde hace poco, un Bib Gourmand otorgado por la guía MICHELIN. Este restaurante se destaca como el más accesible dentro de la categoría de premios que reconoce la buena cocina a precios razonables. Un mimo formal a una propuesta informal, que seduce sin prometer y enamora sin esfuerzo.
Cómo es MN Santa Inés
Un toldo de chapa, que en otra vida fue celeste pero hoy carga con la dignidad del paso del tiempo, da la bienvenida a MN Santa Inés. La fachada es modesta, sin pretensiones, como quien no tiene nada que demostrar.
La puerta, intervenida a mano, conduce a un pasillo que podría ser el de cualquier casa de Paternal, hasta que el primer salón irrumpe con su atmósfera de universo paralelo: paredes descascaradas, mesas de madera que vieron varias vidas, una cocina a la vista y, al fondo, un horno monumental que ya no funciona pero conserva la mística. “Mirá por ahí, es un monoambiente”, dice Jazmín Marturet, chef y anfitriona, señalando la boca del horno como quien muestra una reliquia familiar.

El salón principal es una postal emocional. Las palas de pan suspendidas del techo, los canastos reconvertidos en lámparas, las balanzas viejas, los platos desparejados, los muebles de otra época. No es decoración, es memoria. Comer ahí, entre esos objetos que parecen haber sido encontrados en casas de tías y abuelas, es una experiencia sensorial y emocional. Hay algo profundamente argentino en ese caos con sentido: la casa chorizo, el patio con macetas, la sobremesa infinita. No es solo una comida, es una regresión.
Pero MN Santa Inés no se agota ahí. Un pasillo al costado insinúa que la historia sigue. Y sigue. Al fondo, donde alguna vez hubo una parra, ahora hay un jardín con galería, varillas de madera que filtran la luz y una colección de plantas que parecen haber sido rescatadas de balcones vecinos. Este rincón fue pensado para el después, ese momento donde el postre y el vino bajan la revolución. La idea era crear otro clima para cerrar la experiencia, y funciona: nadie quiere irse de ahí.

La cocina de Jazmín es tan ecléctica como su espacio. No hay menú fijo, pero sí una línea clara: platos con personalidad, picantes sin miedo, especias que cuentan viajes. Pastas italianas conviven con tempuras, hay tacos con ingredientes inesperados, fondos sabrosos, salsas que abrigan. Cada plato parece tener pasaporte. Es una cocina sin etiquetas, o con muchas a la vez, que no le teme al mestizaje y que celebra lo que aparece fresco en el mercado.
Y así es MN Santa Inés: un restaurante que no busca encajar, sino contar su propio cuento. Un refugio bohemio donde la nostalgia se mezcla con la creatividad, donde comer es también recordar, y donde cada rincón invita a quedarse un rato más. Un lugar que, como Paternal, resiste al vértigo moderno con alma de barrio y corazón casero.
Qué comer en MN Santa Inés

La carta de MN Santa Inés no tiene forma fija, pero sí una lógica sensible: la de la cocina que escucha las estaciones, los antojos, el mercado y el instinto. Hay una sopa, una pasta, una carne, un plato vegano. A veces, una ensalada. Siempre, algo dulce para terminar. “No hay patrón”, dice Jazmín Marturet, la chef detrás de esta alquimia, y eso es justamente lo que define su propuesta: un menú en constante movimiento, que combina lo criollo con los viajes, la memoria con el presente, lo elegante con lo entrañable.
La shakshuka Harvey Dent es una buena manera de arrancar, mitad roja, mitad verde, como el famoso villano de los cómics. De un lado, tomates y garbanzos, del otro, espinaca y zapallitos. Dos huevos y pan tibio para mojar sin pudor en la cazuela ($ 8.500). O una sopa con fondo de pollo y cerdo, hongos shiitake y gírgolas, y un repollo encurtido que pica lo justo y necesario, como un buen final de frase ($ 9.500). Son platos con alma y con capas, que calientan más que el sol de patio al mediodía.

Las pastas también tienen su vuelta. Jazmín arma unos raviolones de verdura, panceta, manzana y seso, sí, seso, con una trilogía de salsas: tuco, crema y pesto. Se acompañan con berenjenas en escabeche que, lejos de las clásicas hervidas, se hacen desde crudo con sal. Una decisión que cambia todo. Y el plato vegano, lejos de ser “el obligado” de la carta, es una de las estrellas: milanesa de berenjena ahumada con un puré turco suave y dulce de calabaza, zapallo y boniato, más zanahorias en kimchi y cebolla con granada. Tiene carácter y perfume ($ 17.000).
Los platos más sabrosos y especiados son puro viaje. El curry de búfalo, que pica un poco, viene con pan de ajo, chutney de guayaba y cereales ($ 18.000). Y el curry tailandés de pollo con fideos, que sí pica en serio, “Este sí que pica”, advierte Jazmín con tono de madre permisiva pero firme, cuesta $ 19.500. También hay una moqueca, versión brasileña de estofado marino, con pesca del día, langostinos apanados, arroz y una salsa de coco que es un mimo caliente a la cara ($ 19.500).

Y si hay que elegir solo un postre, que sea la pavlova. Frutas de todos los colores, crema semibatida sin azúcar, “tratamos de no usarla”, cuenta la cocinera, y esa textura mágica que combina crocante, humedad y aire. El secreto está en un viejo horno Ariston que no se toca, porque ya se convirtió en el custodio oficial de la pavlova. Como todo en MN Santa Inés, los sabores no vienen solos, llegan con historia, con intención, con un poco de poesía.
Jazmín dejó el nido a los 17 años, y a los 21 ya era madre. “Mi abuela me cuidaba a mi hija para que yo cocinara en mi empresa de catering”, recuerda, mientras se mueve entre los fuegos con la soltura de quien ya lo vivió todo. Su zona era San Isidro, pero cuando tuvo que rearmarse, la búsqueda de un local con espacio para seguir cocinando la trajo hasta La Paternal. Ahí, entre techos altos, veredas anchas y casas con historia, encontró lo que llama “un local con magia”.

Marturet siempre supo dos cosas: que iba a cocinar y que no iba a tener jefes. Lo primero fue un deseo, lo segundo, una certeza. Se formó en el IAG, cocinó en Pinamar, en México, en Estados Unidos, en festivales internacionales y para celebrities. Trabajó mucho, desde muy chica, y durante años se dedicó al catering con una intensidad que la dejó exhausta. Hasta que un día se cansó y se dijo “voy a abrir un restaurante”. Así, sin más, nació MN Santa Inés.
En este restaurante sin cartel, con toldo desteñido y horno jubilado, con sopa que pica y pavlova que flota, con curry bravo y milanesa vegana, con parra y jardín para el postre, cada plato que llega a la mesa sorprende, primero por el color, después por el equilibrio justo entre acidez, picantes y texturas.

Todo parece diseñado para ser comido con los cinco sentidos, como si el disfrute fuera una premisa irrenunciable. Pero lo que de verdad desconcierta, en el mejor de los sentidos, es mirar la carta y comprobar que semejante experiencia no cuesta una fortuna.
Que un restaurante distinguido por la Guía Michelin por su excelente relación precio-calidad no sólo sea real, sino que esté escondido en una antigua panadería de La Paternal, es casi un acto de justicia poética.
MN Santa Inés. Ávalos 360, La Paternal. Solo almuerzos de martes a domingos a partir de las 12.30h. Findes y feriados con reserva. Instagram: @mnsantaines
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