Desde los tiempos en que los griegos aseguraban que la música era matemática pura, los sonidos que disfrutamos vienen siendo estudiados con lupa. Aunque la emoción y el gusto personal son claves, varios investigadores decidieron buscar una explicación científica a por qué ciertas canciones logran conquistarnos más que otras. Y no se quedaron en la teoría: aplicaron herramientas de la neurociencia y el análisis musical para tratar de responder la pregunta.
Los resultados de esta investigación arrojaron una conclusión inesperada: una canción de los años 80 fue señalada como la mejor de todos los tiempos. Pero más allá del nombre, lo interesante es entender qué ingredientes tiene una canción para convertirse en inolvidable. El cerebro y las emociones juegan un rol mucho más importante de lo que imaginamos.
Qué tiene que tener una canción para ser perfecta, según la ciencia
El estudio, difundido por Far Out, entre otros medios internacionales, reveló que las canciones que más nos atrapan comparten algunas fórmulas. Una de ellas es la estructura armónica: cuando las notas se combinan de forma matemática y lógica, el cerebro lo interpreta como algo agradable.
También influyen la repetición, el ritmo constante y la dosis justa de sorpresa, elementos que activan los circuitos cerebrales vinculados al placer.
La canción que encabeza este ranking científico es “Africa” de Toto, un clásico lanzado en 1982. ¿Por qué fue elegida? Porque tiene una progresión rítmica sin fisuras, una melodía que se repite lo suficiente para volverse pegadiza y ningún error visible desde lo técnico. Además, genera una reacción emocional que sigue viva a pesar del paso del tiempo.

Por qué no todos disfrutamos la misma música
Pero si todo se redujera a fórmulas, todos deberíamos amar la misma música. Y eso claramente no pasa. Los gustos personales, el entorno en el que crecimos y la cultura pesan tanto como la teoría musical.
Un ejemplo es el de la comunidad Tsimane, una tribu amazónica estudiada por el MIT y el Instituto Max Planck, que no percibe la música como nosotros. Su estilo atonal rompe con todas las reglas que consideramos “correctas”, pero eso no impide que lo vivan con la misma intensidad emocional.
Además, hay canciones que conectan por razones mucho más profundas. “Hallelujah” de Leonard Cohen, por ejemplo, tiene una carga emocional que atraviesa sin necesidad de entender una sola palabra.
Esa tristeza implícita llega directo, sin filtro. La científica Amy Belfi, experta en neurociencia y música, lo resume así: lo que emociona profundamente a una persona, puede resultarle indiferente a otra. Es esa diversidad lo que hace que sea tan difícil, y fascinante, definir qué es una buena canción.

¿Existe realmente una mejor canción de todos los tiempos?
Desde lo técnico, hay parámetros objetivos que permiten identificar cuándo una canción está bien hecha. Pero cuando entran en juego la memoria, la nostalgia, los afectos y las emociones, la cosa cambia. La música también es parte de nuestra historia personal. No importa si su estructura es perfecta: lo que nos marca es lo que nos hace sentir.
Por eso, aunque “Africa” de Toto haya sido destacada como un ejemplo casi impecable desde el análisis científico, cada persona tiene su propia mejor canción. Esa que suena y nos transporta, que nos hace vibrar por dentro, sin que sepamos explicar muy bien por qué. Y ahí está la magia: en lo que no se puede medir.
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